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Bacacay.

Bacacay.

Me gusta este café, me gusta el rincón un poco escondido del resto de las mesas que siempre está libre. Me tranquiliza el murmullo en varios idiomas que me recuerda lo grande del mundo comparado con lo chico de este lugar. Me satisface que acá un cortado sea simplemente un cortado sin adjetivos, que no haya dos tipos de azúcar y que nadie se moleste en dibujar nada sobre la espuma blanca. Me gusta este café.

Elijo esta mesa, la del rincón. Disfruto del mármol quebrado que me enfría los brazos, y las patas irregulares que regularmente dejan la mesa en falso. Me acostumbré a que las dos sillas vacías me interroguen en silencio y que la que ocupo, incómoda, me recuerde el riguroso paso del tiempo. Estoy obsesionado con la ventana que me separa del frío de la calle, de la gente fría y de todos los ruidos que no son murmullos de bar. Elijo esta mesa.

Me gusta estar acá porque descubrí que existe una línea que nos conecta directamente. Hay una línea, atrevida, impertinente, que sale de mis ojos buscándote, que atraviesa sin pedir permiso la ventana implacable y al frío y a la gente fría y llega a otra ventana, tu ventana. La línea sale de mis ojos, de ésta mesa, del café y llega a vos y a tu lienzo de forma predecible y sin obstáculos. Llega siempre, porque siempre que vengo estás ahí, pintando. Mi mirada llega siempre porque siempre estás pintando este café, y pienso que quizás estás pintándome a mí.